Como si la estrategia fuera avanzar en una “elegante retirada” del poder, se conoció en los últimos días que importantes dirigentes políticos del oficialismo comenzaron a hacer las valijas con sigilo. El dato es minúsculo, pero revelador: un legislador nacional pidió autorización a las autoridades del Congreso para retirar de su despacho seis vasos de whisky y la “correspondiente” hielera.

El pedido -tramitado a través de un memorando dirigido al área de Seguridad y Control- resulta un signo de estos tiempos electorales, donde todas las encuestas sentencian un mismo resultado. Los consultores, a lo sumo, pelean por quién adivina los puntos de diferencia entre el primero y el segundo. Distinto fue el 2015, donde el postulante ganador se alzó con el premio mayor por apenas un miles de votos.

Otro dato inquietante se ventiló desde una importantísima firma de reclutamientos laborales de la city porteña. La “head hunter” lanzó una convocatoria para un puesto jerárquico en una compañía del sector privado de primer nivel y la respuesta que tuvo fue predecible: recibió decenas de currículm de actuales directores, subsecretarios y hasta secretarios de las administraciones pública nacional y bonaerense, que no dejan de pensar en su futuro luego de las elecciones del 27-O.

El triunfo de los amarillos cuatro años atrás obligó a ejecutivos de diversos rubros a volcarse a la función pública. Muchos debieron conseguir casas, mudarse a otras provincias, cambiar el domicilio, el colegio de los chicos o soportar largas horas arriba de una combi para llegar a sus nuevos trabajos. Ahora pareciera que esos calvarios llegan a su fin. Todo vuelve atrás. Se comenta en los pasillos de los organismos que los altos funcionarios no buscan solo refugio para ellos mismos, sino para sus secretarios y asesores, también en el limbo y con temor. La mayoría apunta retornar al ámbito empresarial. La máxima preocupación hoy es la de ensayar una salida elegante del poder.